¿Oraciones en lugar de misa? No. Jesús explica el porqué

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¿La santa misa no es necesaria para nuestra vida y la salvación eterna y se puede sustituir con, por ejemplo, las Sagradas Escrituras, la oración, etc.? No. Jesús ha dicho: «»En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros»».

(NBQ)- A propósito del debate que está dividiendo a los sacerdotes y laicos en estos días, hasta el punto de afirmar que los sacramentos -y la santa misa en particular- no es necesaria para nuestra vida y la salvación eterna, y que se pueden sustituir con, por ejemplo, las Sagradas Escrituras, la oración, etc., hay que recordar ante todo las palabras de Nuestro Señor Jesucristo: ««En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en é» (Jn 6, 53-56).

Comentando estas palabras, san Ireneo observa con realismo que nosotros estamos hechos de carne y huesos: si no se salva la carne, entonces ni el Señor nos ha redimido con su Sangre, ni el cáliz de la Eucaristía es la comunión con su Sangre, ni el pan que partimos es la comunión con su cuerpo. De hecho, la sangre procede de las venas y de la carne y de toda la sustancia del hombre en el que se ha encarnado verdaderamente el Verbo de Dios.

Nosotros somos sus miembros, pero nos nutrimos de las cosas creadas que Él ha puesto a nuestra disposición, haciendo surgir el sol y caer la lluvia como quiere. Este cáliz, que viene de la creación, Él ha declarado que es su sangre, con la que alimenta nuestra sangre. Lo mismo pasa con este pan, que viene de la creación: Él nos ha garantizado que es su cuerpo, con el que alimenta nuestros cuerpos. Con esta Eucaristía se alimenta y toma consistencia la sustancia de nuestra carne.

Somos miembros de su cuerpo, de su carne y de sus huesos (cf. Ef 5, 30). El Apóstol no dice estas cosas de un hombre espiritual e invisible, sino que las dice de un hombre verdadero, hecho de carne, nervios y huesos y que es alimentado por el cáliz que es la sangre de Cristo y sostenido por el pan, que es el Cuerpo de Cristo. Así es también para nuestros cuerpos, alimentados por la Eucaristía, depositados en la tierra y que, descompuestos, resucitarán a su debido tiempo, porque el Verbo les concede la resurrección para gloria de Dios Padre. Él rodea de inmortalidad este cuerpo mortal y concede con generosidad la incorrupción a la carne corruptible. De esta manera, la potencia de Dios se manifiesta plenamente en la debilidad de los hombres.

Esto escribe san Ireneo en el siglo III, contra las herejías de la época. También hoy hay quienes se olvidan, in primis los sacerdotes, de la verdad de la Encarnación: el Verbo se ha hecho carne y habita entre nosotros. El cristianismo ha quedado reducido a religión espiritual, una de las muchas. Sin embargo, todos los que han conservado la fe católica están llamados a volver a anunciar dicha verdad, ratificando la necesidad de la santa misa. La conditio sine qua non -escribió Dostoevsky- para que el mundo se salve es «el Verbo se ha hecho carne» y la fe en estas palabras.

Publicado por Nicola Bux en la Nuova Bussola Quotidiana.

Traducido por Verbum Caro para InfoVaticana.

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  1. «Glorifica al Señor, Jerusalén; alaba a tu Dios, Sión» (Salmo responsorial, Sal 147). La invitación del salmista, que resuena también en la Secuencia, expresa muy bien el sentido de esta celebración eucarística: nos hemos reunido para alabar y bendecir al Señor. Esta es la razón que ha impulsado a la Iglesia italiana a congregarse aquí, en Bari, para el Congreso eucarístico nacional.

    Este Congreso eucarístico, que hoy se concluye, ha querido volver a presentar el domingo como «Pascua semanal», expresión de la identidad de la comunidad cristiana y centro de su vida y de su misión. El tema elegido, «Sin el domingo no podemos vivir», nos remite al año 304, cuando el emperador Diocleciano prohibió a los cristianos, bajo pena de muerte, poseer las Escrituras, reunirse el domingo para celebrar la Eucaristía y construir lugares para sus asambleas.

  2. En Abitina, pequeña localidad de la actual Túnez, 49 cristianos fueron sorprendidos un domingo mientras, reunidos en la casa de Octavio Félix, celebraban la Eucaristía desafiando así las prohibiciones imperiales. Tras ser arrestados fueron llevados a Cartago para ser interrogados por el procónsul Anulino. Fue significativa, entre otras, la respuesta que un cierto Emérito dio al procónsul que le preguntaba por qué habían transgredido la severa orden del emperador. Respondió: «Sine dominico non possumus»; es decir, sin reunirnos en asamblea el domingo para celebrar la Eucaristía no podemos vivir. Nos faltarían las fuerzas para afrontar las dificultades diarias y no sucumbir. Después de atroces torturas, estos 49 mártires de Abitina fueron asesinados. Así, con la efusión de la sangre, confirmaron su fe. Murieron, pero vencieron; ahora los recordamos en la gloria de Cristo resucitado.

  3. Sobre la experiencia de los mártires de Abitina debemos reflexionar también nosotros, cristianos del siglo XXI. Ni siquiera para nosotros es fácil vivir como cristianos, aunque no existan esas prohibiciones del emperador. Pero, desde un punto de vista espiritual, el mundo en el que vivimos, marcado a menudo por el consumismo desenfrenado, por la indiferencia religiosa y por un secularismo cerrado a la trascendencia, puede parecer un desierto no menos inhóspito que aquel «inmenso y terrible» (Dt 8, 15) del que nos ha hablado la primera lectura, tomada del libro del Deuteronomio.

    En ese desierto, Dios acudió con el don del maná en ayuda del pueblo hebreo en dificultad, para hacerle comprender que «no sólo de pan vive el hombre, sino que el hombre vive de todo lo que sale de la boca del Señor» (Dt 8, 3).

  4. En el evangelio de hoy, Jesús nos ha explicado para qué pan Dios quería preparar al pueblo de la nueva alianza mediante el don del maná. Aludiendo a la Eucaristía, ha dicho: «Este es el pan que ha bajado del cielo; no como el de vuestros padres, que lo comieron y murieron: el que come este pan vivirá para siempre» (Jn 6, 58). El Hijo de Dios, habiéndose hecho carne, podía convertirse en pan, y así ser alimento para su pueblo, para nosotros, que estamos en camino en este mundo hacia la tierra prometida del cielo.

    Necesitamos este pan para afrontar la fatiga y el cansancio del viaje. El domingo, día del Señor, es la ocasión propicia para sacar fuerzas de él, que es el Señor de la vida. Por tanto, el precepto festivo no es un deber impuesto desde afuera, un peso sobre nuestros hombros. Al contrario, participar en la celebración dominical, alimentarse del Pan eucarístico y experimentar la comunión de los hermanos y las hermanas en Cristo, es una necesidad para el cristiano;

  5. En el evangelio de hoy, Jesús nos ha explicado para qué pan Dios quería preparar al pueblo de la nueva alianza mediante el don del maná. Aludiendo a la Eucaristía, ha dicho: «Este es el pan que ha bajado del cielo; no como el de vuestros padres, que lo comieron y murieron: el que come este pan vivirá para siempre» (Jn 6, 58). El Hijo de Dios, habiéndose hecho carne, podía convertirse en pan, y así ser alimento para su pueblo, para nosotros, que estamos en camino en este mundo hacia la tierra prometida del cielo.

  6. Necesitamos este pan para afrontar la fatiga y el cansancio del viaje. El domingo, día del Señor, es la ocasión propicia para sacar fuerzas de él, que es el Señor de la vida. Por tanto, el precepto festivo no es un deber impuesto desde afuera, un peso sobre nuestros hombros. Al contrario, participar en la celebración dominical, alimentarse del Pan eucarístico y experimentar la comunión de los hermanos y las hermanas en Cristo, es una necesidad para el cristiano; es una alegría; así el cristiano puede encontrar la energía necesaria para el camino que debemos recorrer cada semana. Por lo demás, no es un camino arbitrario: el camino que Dios nos indica con su palabra va en la dirección inscrita en la esencia misma del hombre. La palabra de Dios y la razón van juntas. Seguir la palabra de Dios, estar con Cristo, significa para el hombre realizarse a sí mismo; perderlo equivale a perderse a sí mismo.

  7. El Señor no nos deja solos en este camino. Está con nosotros; más aún, desea compartir nuestra suerte hasta identificarse con nosotros. En el coloquio que acaba de referirnos el evangelio, dice: «El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él» (Jn 6, 56). ¿Cómo no alegrarse por esa promesa? Pero hemos escuchado que, ante aquel primer anuncio, la gente, en vez de alegrarse, comenzó a discutir y a protestar: «¿Cómo puede este darnos a comer su carne?» (Jn 6, 52).

  8. En realidad, esta actitud se ha repetido muchas veces a lo largo de la historia. Se podría decir que, en el fondo, la gente no quiere tener a Dios tan cerca, tan a la mano, tan partícipe en sus acontecimientos. La gente quiere que sea grande y, en definitiva, también nosotros queremos que esté más bien lejos de nosotros. Entonces, se plantean cuestiones que quieren demostrar, al final, que esa cercanía sería imposible. Pero son muy claras las palabras que Cristo pronunció en esa circunstancia: «Os aseguro que si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre no tenéis vida en vosotros» (Jn 6, 53). Realmente, tenemos necesidad de un Dios cercano.

  9. Ante el murmullo de protesta, Jesús habría podido conformarse con palabras tranquilizadoras. Habría podido decir: «Amigos, no os preocupéis. He hablado de carne, pero sólo se trata de un símbolo. Lo que quiero decir es que se trata sólo de una profunda comunión de sentimientos». Pero no, Jesús no recurrió a esa dulcificación. Mantuvo firme su afirmación, todo su realismo, a pesar de la defección de muchos de sus discípulos (cf. Jn 6, 66). Más aún, se mostró dispuesto a aceptar incluso la defección de sus mismos Apóstoles, con tal de no cambiar para nada lo concreto de su discurso: «¿También vosotros queréis marcharos?» (Jn 6, 67), preguntó. Gracias a Dios, Pedro dio una respuesta que también nosotros, hoy, con plena conciencia, hacemos nuestra: «Señor, ¿a quién vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna» (Jn 6, 68). Tenemos necesidad de un Dios cercano, de un Dios que se pone en nuestras manos y que nos ama.

  10. En la Eucaristía, Cristo está realmente presente entre nosotros. Su presencia no es estática. Es una presencia dinámica, que nos aferra para hacernos suyos, para asimilarnos a él. Cristo nos atrae a sí, nos hace salir de nosotros mismos para hacer de todos nosotros uno con él. De este modo, nos inserta también en la comunidad de los hermanos, y la comunión con el Señor siempre es también comunión con las hermanas y los hermanos. Y vemos la belleza de esta comunión que nos da la santa Eucaristía.

  11. Aquí tocamos una dimensión ulterior de la Eucaristía, a la que también quisiera referirme antes de concluir. El Cristo que encontramos en el Sacramento es el mismo aquí, en Bari, y en Roma; en Europa y en América, en África, en Asia y en Oceanía. El único y el mismo Cristo está presente en el pan eucarístico de todos los lugares de la tierra. Esto significa que sólo podemos encontrarlo junto con todos los demás. Sólo podemos recibirlo en la unidad. ¿No es esto lo que nos ha dicho el apóstol san Pablo en la lectura que acabamos de escuchar? Escribiendo a los Corintios, afirma: «El pan es uno, y así nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo, porque comemos todos del mismo pan» (1 Co 10, 17).

  12. La consecuencia es clara: no podemos comulgar con el Señor, si no comulgamos entre nosotros. Si queremos presentaros ante él, también debemos ponernos en camino para ir al encuentro unos de otros. Por eso, es necesario aprender la gran lección del perdón: no dejar que se insinúe en el corazón la polilla del resentimiento, sino abrir el corazón a la magnanimidad de la escucha del otro, abrir el corazón a la comprensión, a la posible aceptación de sus disculpas y al generoso ofrecimiento de las propias.

  13. La Eucaristía —repitámoslo— es sacramento de la unidad. Pero, por desgracia, los cristianos están divididos, precisamente en el sacramento de la unidad. Por eso, sostenidos por la Eucaristía, debemos sentirnos estimulados a tender con todas nuestras fuerzas a la unidad plena que Cristo deseó ardientemente en el Cenáculo. Precisamente aquí, en Bari, feliz Bari, ciudad que custodia los restos de san Nicolás, tierra de encuentro y de diálogo con los hermanos cristianos de Oriente, quisiera reafirmar mi voluntad de asumir el compromiso fundamental de trabajar con todas mis energías en favor del restablecimiento de la unidad plena y visible de todos los seguidores de Cristo.

  14. Al congregarse en torno a la mesa eucarística, la comunidad iba formándose como nuevo pueblo de Dios. San Ignacio de Antioquía se refería a los cristianos como «aquellos que han llegado a la nueva esperanza», y los presentaba como personas «que viven según el domingo» (iuxta dominicam viventes). Desde esta perspectiva, el obispo antioqueno se preguntaba: «¿Cómo podríamos vivir sin él, a quien incluso los profetas esperaron?» (Ep. ad Magnesios, 9, 1-2).

  15. «¿Cómo podríamos vivir sin él?». En estas palabras de san Ignacio resuena la afirmación de los mártires de Abitina: «Sine dominico non possumus». Precisamente de aquí brota nuestra oración: que también nosotros, los cristianos de hoy, recobremos la conciencia de la importancia decisiva de la celebración dominical y tomemos de la participación en la Eucaristía el impulso necesario para un nuevo empeño en el anuncio de Cristo, «nuestra paz» (Ef 2, 14), al mundo.

    Amén.

    * * *

    Santo Padre emérito Benedicto XVI: Sin el domingo no podemos vivir

    Solemnidad del Corpus Christi

    Homilía del domingo, 29 de mayo de 2005

    La he recogido casi entera porque no tiene desperdicio y disipa cualquier duda sobre la pregunta que formula el artículo.

  16. ¿Quieren quitarnos la oblación del sacrificio santo?

    Cuando viereis, pues, la abominación desolación predicha por el profeta Daniel en el lugar santo (el que leyere entienda) entonces los que estén en Judea huyan a los montes, el que esté en el terrado no baje a tomar nada a casa y el que esté en el campo no vuelva atrás en busaca del manto. (Mt.24,15)

    A su orden se presentarán tropas que profanarán el santuario y la fortaleza, y harán cesar el sacrificio perpetuo, y alzarán la abominación desoladora. (Daniel 11,31)

  17. Me molesta entrar en polémicas. Pero diré: tantos años lamentando la persecución a la retransmisión de la MIsa por LA 2, tantas veces que los de «izquierdas» amenazaban con quitarla, y nosotros a defenderla…. Y ahora que proliferaron las misas por streaming, a quejarse. ¡Vaya!. Que no es igual que la MIsa ya lo sabemos. Pero al menos para recordarla algo, para que no se nos olviden hasta las respuestas, para hacer algo que sonara a Jueves Santo,, a Domingo de Pascua, ets, ¿cómo es posible que un católico PROTESTE de que se den misas por streaming? me quedé alucinada con eso de «mejor rezar y ya está». ¿Acaso una ayuda es mala? En fin… un despropósito

  18. ¿Entonces los niños que no pueden comulgar o los miles de millones de perdonas de otras religiones que no lo hacen están en realidad muertos?, ¿son zombies? ¿Y llegar al cielo depende de que hayas nacido en una familia cristiana? ¿Todos los no cristianos se condenarán por nacer en un mal sitio?, ¿o simplemente la iglesia quiere ser un monopolio de poder? ¿Tenemos que creer que Dios salva a unos y condena a otros caprichosamente para que la iglesia así tenga la Exclusiva? Absurdo que tengamos que tener la visión de un Dios caprichoso e injusto para que la iglesia sea mas importante

    1. Esto era catecismo básico hace no tantos años. Jose es el ejemplo del nivel de catolicismo actual. Obra de misericordia es enseñar al que no sabe: 1) Por eso los niños se bautizan, para borrar el pecado original, y hasta los 7 años, edad de conciencia, reciben la primera comunión y la primera confesión, para recobrar la gracia por aquellos pecados que nos trae la concupiscencia y la inclinación del pecado original. 2) Por eso mismo dijo Nuestro Señor, «id y haced discípulos» porque fuera de la Iglesia no hay salvación, pues son sus palabras «el que no come mi carne y bebe mi sangre no tiene vida en sí mismo», pues siendo derecho divino, al cristiano se le impone la obligación de evangelizar (a los suyos por el bautismo, la misa y comunión y la educación de la familia) y a los otros con el apoyo a la Iglesia misionera. No tienen los protestantes el Cuerpo de Cristo, no tienen vida, ni los musulmanes que descristianizaron Oriente Medio y África. ¿ves el mal de la herejía y la apostasía?

    2. Jose.
      Jesús dice lo que dice y nosotros, ni quitamos, ni ponemos.
      Él es el Camino, la Verdad y la Vida.
      Quien busca, encuentra.
      Que no me vengan contando lo de una tribu africana que son caníbales y no pueden encontrarse con Jesús, cuando todavía no tiene explicación que un bautizado católico reniegue de Dios.
      El negrito caníbal si busca la Verdad, se topará con Ella antes que un renegado.

    3. José, no te formes cacaos. «Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la Verdad» y da a todo hombre las gracias NECESARIAS para salvarse pero en la Iglesia, en los sacramentos y en la Eucaristía hay sobreabundancia de gracias. Si a nosotros con tantos medios de salvación nos cuesta llevar una vida conforme a una conciencia recta ¿qué será de los que tienen menos medios? «En tu casa hay riquezas y abundancia y tus amigos son colmados de honores…» Cierto que algunos serán más sinceros, porque «Dios no hace acepción de personas», pero donde hay abundancia de alimentos allí, generalmente, la gente está mejor alimentada y fuerte y consigue sus fines. Por eso Nuestro Señor mandó evangelizar a todos los pueblos; si no, todos en casa y en su religión equivocada y ¿para qué preocuparse, que es lo que se enseña ahora?. Todas las frases entrecomilladas son de la Escritura, sino las conocieres , búscalas por favor.

  19. Cristo, es el verdadero autor de la salvación de la humanidad. La Iglesia los es en tanto en cuanto actúa por Cristo y en Cristo. El mismo Jesús el Cristo, lo inculco expresamente la necesidad de la Iglesia, en la que los hombre entran por medio del bautismo como por una puerta. Mc 16,16 Jn 3,5
    Por eso no pueden salvarse aquellos hombres que, no ignorando que la Iglesia Católica ha sido de Dios, fundada por Jesucristo como necesaria, no quieran entrar en ella, o en ella perseverar, no sólo con el cuerpo, sino con el corazón.
    El concilio habla de pertenecer a la Iglesia para los Cristianos, y de ordenación a la Iglesia para los no Cristianos que creen en Dios, para los hombres de buena voluntad.
    Los hombres se salvan mediante la Iglesia, se salvan en al Iglesia, pero siempre se salvan gracias a Cristo.

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